Hablar de amor y de su proyección en la pareja, en los vínculos, implica, para mí, silenciarme, y estar a solas con mi vulnerabilidad, con mis íntimos anhelos y recuerdos; hacer un repaso, a ser posible lento, de mi vida amorosa e invocar a mi mente de niña, de principiante, curiosa, que no juzga y se deja sorprender. Busco con ello, agradecer lo vivido, redescubrir nuevos aspectos. Busco también nutrirme de los errores y comprender que mis experiencias pasadas me han mostrado aspectos de mi oscuridad incómodos de ver y que eso me va a permitir abordar mi presente afectivo, con algo más de serenidad y sabiduría, que me sirvan para encajar mis futuros errores aún con la firme convicción de que no hay error posible en amar, sea a mí misma, sea en el encuentro. Este abordaje es una manera, a modo de ritual, de dejar en su lugar los afectos que fueron, de sonreír y de abrirme con fuerza renovada e ilusionada a lo que la vida me presente.
Tras esta pequeña confesión, vamos allá con el tema que me ocupa.
La primera relación es con nuestra madre; ya desde el momento de nuestra concepción iniciamos ese profundo vínculo con ella y de ella recibiremos la fuerza y el amor que nos impulsan hacia la vida. A medida que vamos creciendo y pasando por las diferentes etapas vitales, vamos desarrollando diferentes maneras de relacionarnos; todas ellas van a ocupar un lugar importante dentro de esa etapa en la que nos encontremos y van a ir sumando en nuestro devenir afectivo. Porque sí, todo suma aún en la resta, siempre y cuando queramos comprender que cualquier experiencia por dura que sea (y algunas lo son ciertamente) es un ladrillo más en nuestra construcción como seres únicos que somos.
Ahora bien, en esta tarea de construirnos y, especialmente, en el terreno afectivo, es importante generar y desplegar una mirada profundamente honesta dentro de cada relación: es nuestra la responsabilidad de permitirnos ser nosotrxs mismxs, sin renuncias ni recortes, ni siquiera ante el espejo; y es nuestra la exigencia de no convertirnos en alguien que no somos para ser aceptadxs, amadxs, incluidxs.
Es de vital importancia estar atentxs al hecho y momento en el que nos perdemos en y para el otrx.
Es por ello que, con toda la atención e intención puestas, y centrándome en la experiencia amorosa vivida como pareja, cuando acontece en nosotrxs el hecho y el sentimiento de “te elijo a ti”, lo que estoy haciendo es que:
Abro la puerta y sucede la magia.
La magia de la vida, creadora y creativa, que nos espera a cada instante y en cada rincón de nuestro paisaje vital. Y esa magia entra a veces en modo huracán que nos sacude y desbarata y otras veces lo hace suave, tierna y dulcemente, pero no por ello menos intensa. Y ¿cuál es la diferencia para que suceda de una manera o de otra?
TÚ, y YO ¿Quién si no abre esa puerta? ¿Quién si no sabe desde dónde, cómo y para qué lo hace?
¿Qué estamos buscando cuando iniciamos una relación, cuando nos abrimos al vínculo?
¿Es un anhelo, una necesidad, una justificación…? ¿Es el impulso vital que me lleva a compartirme, a darme y a recibir? ¿A sentirme sintiendo el encuentro?
Si estamos en la primera posibilidad, es decir, acudimos al vínculo con carencia, con expectativas, ausentes de nosotrxs, nos perderemos en esa búsqueda, nos destruiremos un poco más de lo que estábamos y, es posible, que el campo de destrucción se extienda a la otra persona. Nos frustraremos, y tarde o temprano, dejaremos de sentir las famosas mariposas para dejar paso al dragón de la insatisfacción y de la decepción. Ese dragón que nos corroe por dentro con su fuego y que hace que empecemos a ver a la otra persona como un ser carente y ausente de todo atractivo y repleto de cualidades desagradables que surgen, brotadas, cual si de un manantial salvaje se tratara.
Si, por el contrario, acudimos al encuentro desde la receptividad, conscientes y con el gusto de dar y recibir, llenxs, satisfechxs, sin esperar nada mas que vivir eso que es para nosotrxs, (porque por eso y para eso está ahí, aquí) ahí y justo ahí, se produce la magia. Y no esa magia de mariposas en el estómago (que también, precioso revoloteo), es la magia que va de la mano de la certeza de que estoy dispuestx a acoger, abrazar, impregnarme de la vida que esta situación me trae.
En este sentido, el crecimiento de la pareja se basa en ampliar y profundizar la mirada de las dos personas. Un trabajo que empieza en ti y para ti, y poco a poco alcanza al ámbito de la pareja. Fácil de decir y, sin embargo, implica un gran compromiso con crecer y madurar tejiendo la red, el camino, que va hacia una unión creativa y armoniosa.
Por eso es importante señalar que la pareja constituida desde la carencia emocional o la exclusiva atracción de las hormonas, tarde o temprano necesitará de un proyecto que aporte sentido al misterio que el laberinto de la pareja entraña. Si ese proyecto está basado en despertar el sentido y la felicidad que laten de fondo, y tiene como fin último compartirlo con todos los seres vivos y hacerlo expansivo, es decir, lanzarlo al Universo, entonces, los posibles errores y desajustes supondrán la oportunidad de traernos enseñanza y coherencia.
La pareja es una relación entre adultos, elegida, basada en el equilibrio entre dar y tomar: doy lo que soy y tomo lo que tú tienes para darme. Caminamos juntxs, libres y de la mano, unidxs por un vínculo de amor, mirando hacia adelante.
Vivir en relación no habla de renuncia a nada, de cambiar nada y, desde luego, no es necesario convertirse en alguien diferente para ser amadas, amados.
Es un baile precioso y respetuoso entre lo que cada uno anhela, lo que está dispuestx a ofrecer, lo que toma… Y una vez creado ese lugar, ese espacio en la relación se inicia un proceso más profundo, íntimo y personal, más auténtico quizás, en el que no hay fórmulas mágicas para alcanzar grandes comprensiones porque solo hay disfrute de vida, crecimiento y autoconocimiento, consciencia.
Dice Jorge Bucay:
“Lo mejor de mí que puedo darte es lo que quiero darte. Lo mejor de ti que puedes darme es lo que quieres darme. Yo no quiero lo más. Yo quiero de ti lo mejor.”
Y dice Jeff Foster:
“Te amo. Te respeto. Amo estar contigo, pasar tiempo contigo. Pero no te necesito. No necesito de ti para estar satisfecho. Ya no eres responsable de mi felicidad. Tampoco has sido culpable, ni nunca lo serás, por mi infelicidad. Te libero de la insoportable carga de tener que cumplir mis expectativas, de tener que cambiar para ajustarte a mis necesidades, de tener que ser quien me complete. Ya estoy completo. Te amo. Te respeto. Tal y como eres”.
Cuando atravesamos las defensas egoicas algo se abre, se libera, y entramos en la disponibilidad como una manera nueva de estar en el mundo. Hacer de la entrega, de la rendición a la vida, el mayor acto de amor hacia nosotrox mismxs y, por ende, en ese cultivar la disponibilidad, hacia el otrx.
Acompasar los pasos, colocarse justo al lado, en la distancia precisa donde nuestras realidades se rozan, pero no se confunden.
Si quieres indagar un poco más en tu relación de pareja puedes preguntarte acerca de cómo sientes que es esa relación con respecto a tu proceso vital, en qué punto se encuentra ahora mismo; cuáles son las mayores fortalezas, los miedos, las limitaciones.
Si no tienes pareja, pero sientes que estás abriendo la puerta, estás a tiempo de preguntarte como estás para recibir y darte; que significado tiene para ti abrirte, compartir, escuchar, aceptar, entregarte.
Y si no tienes pareja y tampoco intención, quizás puedas ahondar en tus profundidades para responderte con sinceridad si es una soledad elegida o autoimpuesta; si estar por ti y para ti en este momento es tu prioridad, deseo y necesidad o es una soledad sustentada por tus miedos, tus heridas.
Y, se cual sea tu vida afectiva, siempre te puedes preguntar, cuestionar y estar dispuesta, dispuesto, a escuchar tu propia respuesta. Eso sí, sólo pido un deseo, que esa respuesta sea honesta, que se convierta en una oportunidad de aprendizaje acerca de ti. Es por aquí por donde hemos de empezar antes de abrirnos al encuentro.
Y en eso estoy.
Con AMOR,
Teresa