Me reconozco Intensa, me siento Intensa, me gusta ser intensa.
Esta declaración adquiere matiz de sincericidio si la leemos en modo socialmente aceptado cuyo significado pasa por loca, dramática…histérica tal vez. Ahora bien, si nos despojamos de criterios fundamentados en lógicas excluyentes y ancestrales que sugieren que la intensidad es cualidad que incluye un desbordamiento emocional difícil de gestionar cuya manifestación provoca rechazo, y nos acercamos curiosamente a otros significados y sinónimos, descubriremos que Intensidad equivale a fuerte, potente, viva, enérgica.
Diría que cambia radicalmente la experiencia lingüística, auditiva y sensorial, no parece lo mismo decir “Soy Intensa” que: “Soy Potente” “Soy Fuerte” “Soy Enérgica”.
Estos significados otorgan capacidades y miradas que nos invocan a personas, mujeres en este caso (porque hoy hablo de nosotras a través de mi experiencia, como mujer que soy, pero todo lo escrito en este virtual y virtuoso papel sirve para vivencia masculina o agenérica) valerosas, con coraje, seguras de sí mismas, fuertes, capaces.
Estos significados abren la mirada hacia una manera de vivir donde ser potente implica tener una potencia específica para, sentir, vivir, pensar, hacer, amar.
¿Por qué, entonces la palabra intensidad ha adquirido matices que la han convertido en arma arrojadiza que espetada sobre alguien convierte a esa persona en desequilibrada y alejada de un estado de paz interior?
Quizás la respuesta pueda hallarse en el lugar desde el que vivimos esa intensidad y en el lugar dónde la colocamos.
¿A qué servicio ponemos esa Intensidad?
¿Cómo la vivimos y cómo la desarrollamos?
En el caso del Amor, cuantas veces hemos oído (o dicho) la expresión “Me ha ido mal porque soy Intensa”, incluso decimos “Soy MUY Intensa”.
Quizás es que esa Intensidad (esa Energía, Potencia) la hemos puesto al servicio de un autoengaño, de un sabotaje, de un orgullo mal gestionado. Quizás es que he permitido que mi Fuerza, mi Potencia y por lo tanto mi Intensidad, se hayan vuelto cárcel, que no llave, para desarrollar mi libertad, mi vuelo libre.
Ocurre también que cuando nos llaman intensas quizás la otra persona se vea desbordada, apabullada, por esa energía que proyectamos y sencillamente no sepa que hacer con ella. Y en esa pretensión de “devolvernos” nuestra, y a nuestra, Intensidad se esconde una lícita necesidad de protección.
Es por esto, que mirar dentro de nosotras, atender a nuestras heridas, identificar en qué momento, pensamiento o emoción, nuestra intensidad se desvirtúa y la ponemos al servicio del sufrimiento, propio y/o ajeno, será esa llave que, al girarla, y abrir la puerta de nuestra autenticidad, nos permita vivir en el disfrute y el bienestar.
Si focalizamos e intencionamos esa Intensidad hacia la Alegría, la Honestidad, la Sinceridad, la Claridad y, en definitiva, hacia el Amor, cualidades y experiencias todas ellas nutridoras y sanadoras por sí mismas, podremos vivir esa Intensidad con la fuerza y el empuje que lleva en sí y que favorece la expansión y la apertura, el ensanchamiento también. Podremos igualmente vivir nuestros vínculos con salud y riqueza.
Liberémonos pues de etiquetas que nos encorsetan y reducen, vivamos y experimentemos nuestra Potencia con Intensidad, Alegría y Amor.
Y sí, me sé y reconozco Intensa.