¿A ti qué te alimenta? - Teresa Rosete

¿Te ha ocurrido alguna vez que has ido a la nevera la has abierto y te has quedado mirando, buscando algo sin saber muy bien qué?

¿O has ido a la despensa y has cogido un paquete de galletas, una bolsa de patatas, una tableta de chocolate y has empezado a comer de manera compulsiva?

¿Sabrías identificar qué ha ocurrido antes de ese momento? Cuál era tu emoción, cómo te sentías, qué necesitabas en realidad.

 

Comer es una necesidad básica de ser humano y en la mayoría de los casos es, además, placentera. El asunto es que hay veces que el acto de comer se convierte en una tapadera y en una manera de llenar un vacío que después te lleva a un sentimiento de culpa. La clave está en identificar qué es lo que necesitas de verdad, y cómo puedes cubrir esa necesidad que en la mayoría de los casos no es alimentaria, aunque sí nutricional, porque no sólo nos nutrimos de alimentos físicos, nos nutrimos, de amigos, de pareja, hijos, de ratos en soledad, de paseos por la naturaleza, escuchando música, oliendo la primavera, viajando, trabajando y así, infinidad de cosas que alimentan nuestros distintos tipos de hambre.

Quizás podrías empezar por aprender a identificar de dónde proviene el impulso que te lleva a comer cuando igual no es eso lo que tu ser necesita; para ello puedes empezar observando tus hábitos cotidianos, horarios, rutinas para poder ir identificando patrones de comportamiento y de sentimientos que nos lleven a identificar eso que sucede antes de sentir la necesidad de comer, lo que podemos llamar el antecedente. Por ejemplo: después de una discusión, cuando te sientes sola, aburrida, cuando llegas del trabajo, antes de irte a dormir, etc. Quizás observando estas pautas encuentres puntos en común, alguna emoción subyacente que genera ese impulso de abalanzarte sobre la nevera.

Otra clave que Monte Bradford desarrolla espléndidamente en su libro “La Alimentación y las Emociones”, puede ser identificar el tipo de comida que ingieres en esos momentos, lo que más te apetece, dulce, salado, horneados, embutido… y como pista puedes tener en cuenta que hay alimentos considerados del tipo ying, es decir expansivos, que traducen una necesidad de evadirnos, de huir del presente: alcohol, drogas, algunas verduras como el tomate, la patata y todas las llamadas solanáceas; estimulantes como el café, té o las bebidas gaseosas azucaradas; azúcares, bollerías, pasteles; lácteos blandos como el yogur, la mantequilla, la nata, por poner algunos ejemplos. Y hay alimentos yang, que nos hablan de una necesidad de protegernos, de crear corazas, de apegos al pasado: huevos, embutidos, quesos secos y salados, jamón, pizza, excesos de horneado, condimentos salados, entre otros. Puedes tener en cuenta que, si habláramos de hambre real, física, cualquier alimento podría saciarla, si nos vamos a alguno específico, estaremos bajo el efecto del hambre emocional.

El tiempo que dedicamos a ingerir estos alimentos, la manera de cocinar, es decir, la calma o la premura que ejercitamos en ello; modo en que comemos, de manera impulsiva y/o compulsiva, de pie, sin criterio aparente o sentada, habiendo preparado la mesa, con presencia en el acto de comer, también son indicadores a tener en cuenta, es decir, nuestro comportamiento ante el hecho de comer y de la preparación nos hablan de nuestras emociones y sentimientos en ese momento y, si observamos, podremos detectar qué necesidad estamos intentando cubrir.

Y hablando de tiempo, si hay urgencia en el hecho de comer, es decir, llegas a casa y no puedes esperar a preparar la comida, ni a quitarte el abrigo siquiera, puede que el hambre emocional sea quien te esté llevando de la mano a satisfacer urgentemente esa necesidad que, tiene toda la pinta, hambre física no es y que posiblemente no quede satisfecha cuando hayas comido. Observa tus pensamientos y tus sentimientos después de haberlo hecho.

 

Otra observación interesante es si después de haber comido sigues con hambre, es decir, si has satisfecho el hambre física que se deriva de un periodo de ayuno y sigues teniendo ganas de comer, salvo que hayas comido una ración escasa, será el hambre emocional quien esté tomando el mando de tu alimentación.

Si, sumado a lo anterior, pones tu atención en cuál es el sentimiento que te invade después de comer, satisfacción, calma, saciedad o, por el contrario, culpa, vergüenza, pesadez…tendemos otro indicador de si es hambre emocional o física.

Jan Chozen Bays, en su libro “Comer atentos” nos habla de los tipos de hambre que existen y nos propone ejercicios para identificarlas. Se trata, con esta propuesta, de aplicar la presencia, la atención cuando comemos, mindfulnes en la comida, que nos lleva a profundizar en nosotras mismas. Esta indagación puede tener como resultado un abandono de la culpa y de todas esas emociones que vivimos como negativas (aunque bien pueden ser el motor que nos ayude a movernos de ese lugar que ya no queremos habitar) a través del autoconocimiento y la aceptación.

Descubrirnos, comprendernos, aceptarnos y amarnos, ¿Hay algo más apasionante? ¿Te animas?